La naturaleza
subterránea
Por José Antonio
Berrocal
La fotografía de naturaleza ha sido una especialidad
fotográfica bastante reciente. Bien es cierto que desde hace mucho tiempo hemos
visto lo que se consideraban “vistas” que normalmente eran espacios singulares como
el cañón del Colorado, los Alpes o
alguna cosa de este tipo muy espectacular no pero no tenía en cuenta el concepto
de naturaleza en sí mismo. Alguna curiosidad como la foto de una pita en la
ladera de la Alcazaba de Málaga tomada por Charles Clifford hacia 1880 es la
excepción. Pero algunas revistas
comenzaron con cierta inquietud en este sentido y particularmente la revista de National Geographic
dio los primeros pasos con reportaje de lugares singulares y evidentemente ahí ya digamos la naturaleza empezó a tener un
papel relevante por sí misma.
Las cuevas como no
podían ser menos y también fueron objeto de curiosidad fotográfica. De hecho el libro de Chris Howers “The
Photograph Darkness” (1989) reproduce una vista estereoscópica de la cueva de
Grindelwold en Suiza y firmada por Adolphe Braun en 1860.
Una de esas primeras
cuevas fotografiadas fue lógicamente la
gruta de Artá, de las primeras en ser abiertas
al turismo en Europa y de la que ya en 1903 había publicada alguna foto, en formato
postal, de la mano de José Tous,
periodista y editor de Palma.
Ya en los inicios
del siglo XX y con la invención de la cámara tipo “leica”, formato de 35mm, se popularizó el uso de cámaras de mano y en
los años 60 y 70 era frecuente ver a los espeleólogos con sus cámaras y flashes
electrónicos en el interior de las cuevas.
Y un segundo empuje
vino con la fotografía digital dónde las cámaras resolvían la toma con una
mayor sensibilidad, los equipos ya son más pequeños y ligeros y sobre todo la iluminación ha mejorado mucho con flashes más livianos,
iluminación leed, pilas y baterías duraderas y la irrupción de tecnología inalámbrica para
la interconexión necesaria de todo este complejo aparataje.
El fotógrafo en una cueva del karst en yesos de Sorbas.
Paco Hoyos pertenece a esta última
generación de fotógrafos apasionados con la naturaleza en general, como ya ha
mostrado en otros tipos de trabajos de aves
y de insectos, y que aprovechando
su pasión espeleológica y las ventajas de los nuevos equipos digitales, para
emprender una especie de cruzada para
fotografiar el mayor número de cavidades posible y además hacerlo de una manera
abnegada, sistemática y continua. Aunque el escenario de este espeleólogo es
“el mundo” tiene una extensa producción en cuevas de Andalucía y Cantabria pero
también de Burgos, Valencia y otras provincias.
A la vista está que los resultados son extraordinarios. Pero además tiene el valor añadido de esta nueva forma de iluminar que nos muestra
las cuevas de grandes proporciones que hasta ahora eran imposibles de abarcar.
Una especialidad que hasta ahora no se
había podido disfrutar completamente y que el eleva a la categoría de arte
cotidiano.
Para abordar este
tipo de trabajos se necesitan cámaras de calidad, equipos de iluminación
abundante, trípodes y accesorios de distinto tipo o sea que al final un gran
despliegue de medios técnicos sigue haciendo falta y por tanto el fotógrafo es
además el líder de un equipo de varias personas que trabajan al unísono para
poder conseguir estas imágenes tan espectaculares. Y además a él le gusta que
así lo contemos. Para la fotografía de cuevas hacen falta esas tres cosas: muy
buena luz, un gran equipo humano y una enorme paciencia. Las otras dotes, como
sensibilidad, sentido de la composición o la armonía y que deben adornar a todo
buen fotógrafo ya las hemos dado por supuestas en Paco Hoyos.
Artículo publicado previamente en la revista digital Stafmagacine
http://stafmagazine.com/gallery/la-naturaleza-subterranea/
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Federación Andaluza de Espeleología
www.espeleo.es
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