POR ARIS MORENO
CÓRDOBA
ESPELEÓLOGO. SECRETARIO DEL CLUB G40
Podemos decir que ha vivido media vida debajo de tierra. No es que huya de la luz, pero le fascina el silencio y la oscuridad absoluta de las grutas. Y las conoce como la palma de su mano.
No siempre va uno preparado para introducirse por una gatera de 60 centímetros de diámetro y arrastrarse en diagonal hasta alcanzar la cavidad central de una cueva. Pero si se quiere hacer un reportaje sobre espeleología que merezca la pena hay que pagar este pequeño peaje. Para Francisco Ruiz-Ruano, se trata de un simple trámite sin importancia. Una pirueta que ejecuta sin despeinarse. No en vano lleva más de 35 años explorando grutas y desafiando contratiempos a muchos metros de profundidad.
—¿Qué busca bajo tierra?
—Lo mismo que buscan los niños: ver, investigar y descubrir cosas nuevas.
Este sencillo estímulo vital lo ha empujado a meterse en centenares de cuevas desde que era un niño. En su primer descenso no tenía más de 14 años. Y luego, poco a poco, fue completando su formación hasta convertirse en uno de los espeleólogos más experimentados de Córdoba y, posiblemente, de Andalucía. Francisco Ruiz-Ruano (Priego, 1960) nació en el lugar adecuado. Por su constitución geológica caliza, la Subbética es una comarca horadada como un queso «gruyère» y la espeleología cuenta con una tradición arraigada desde hace décadas.
Podríamos decir que Ruano conoce el subsuelo de la zona como la palma de su mano. Entre otras cosas porque participó en la catalogación de sus más de 840 cavidades, gran parte de las cuales ha explorado y topografiado. Pero también conoce sus riesgos. En una de las simas de la Subbética perdió la vida un amigo suyo hace treinta años en una expedición en la que también participaba él. Un error fatal en el anclaje de una cuerda lo precipitó 20 metros en vertical y en el Hospital Reina Sofía no pudieron hacer nada para reanimarlo. «Fue traumático», reconoce. «Tanto que, desde aquel accidente, frenamos nuestra actividad espeleológica durante muchos años».
—¿Qué hay que tener para ser espeleólogo?
—Primero, una formación técnica fuerte. En eso, el G40 hay sido muy exigente. Quien entre en el club está obligado a hacer un curso para prepararse en hacer cosas como hay que hacerlas: con seguridad. Y, sobre todo, tener un equilibrio mental. Las cuevas son lugares complejos, con muchas dificultades, en las que el mínimo tropiezo puede convertirse en un problema serio. Hay gente físicamente muy fuerte y la cueva ha podido más que ellos.
—¿Teme la oscuridad?
—No. De hecho, mis compañeros saben que si me dejan quieto un rato no tengo ningún problema en buscarme un sitio y echarme a dormir.
—¿Cómo se combate la claustrofobia?
—Hay gente que la tiene y no puede superarla. Si te metes por primera vez en un paso muy estrecho puede resultar agobiante. Hay que tener tranquilidad. He tenido compañeros atascados en alguna galería y se bloquean. Pero si consigues relajarte sales sin problemas.
—¿Qué nos recomienda contra el pánico?
—Si tienes un problema en una cueva y te entra el pánico, ya tienes dos problemas. Hay que mantener la calma a toda costa y calmar a los demás. La gente con más experiencia tiene que estar muy pendiente de los que tienen menos. Por ahí es por donde salta siempre el equilibrio.
Con 17 años, ya tuvo que participar en una operación de rescate en la Cueva del Gato, una de las más importantes de Andalucía. Una crecida de agua atrapó a cinco espeleólogos. Uno de ellos falleció. Y no hace mucho en la Sima de Abraham, en una intervención arqueológica autorizada por la Junta, se le echó encima un bloque de piedra y le aplastó el pie. «Fue una salida compleja porque tuve que superar tres pocitos con cuerdas», relata con pasmosa tranquilidad. Se trata, como se ve, de una práctica de riesgo. Y exigente. Con expediciones que pueden prolongarse durante horas, a veces días, en absoluta oscuridad. Ruiz Ruano ha llegado a estar casi 30 horas continuadas en el interior de una cueva.
—¿La espeleología es el arte de huir del mundo o de explorar sus entrañas?
—Creo que es el arte de pisar lo que muy poca gente ha pisado. El mundo está prácticamente explorado: las grandes cumbres, los océanos. Somos muy pocos los que podemos atribuirnos el gustazo de decir: «Yo he estado donde no ha estado nadie». A mí eso me gusta.
—El mundo se ha hecho pequeño.
—No es tan pequeño. Pero hay que ser ambicioso. Nosotros no nos conformamos: tenemos 850 cuevas catalogadas y no hemos explorado ni la mitad. El mundo no está agotado. Hay muchas cosas que ver.
—¿Qué cueva le fascinó?
—Sima Abraham fue espectacular. Se hizo una desobstrucción y sacamos casi dos metros cúbicos de piedra para poder pasar. También otra donde descubrimos más de 20 esqueletos en superficie de época calcolítica. —¿Qué sima se le atragantó?
—Una sima pequeña, de no más de 70 metros. La hicimos un 2 de enero, llovió mucho y entró mucha agua. Nos empapamos de arriba abajo y salimos a las cuatro de la madrugada. No nos vinieron a recogernos hasta las nueve de la mañana. Fue una noche toledana: no he pasado más frío en mi vida.
—¿Un hombre sin curiosidad vive la mitad?
—No sé si menos años, pero más aburrido seguro. La curiosidad hace progresar el mundo.
—¿Hay belleza en las profundidades?
—Mucha. En la Sima de la Fuente del Francés hay una sala muy pequeña. Sus paredes y el techo están formados por bolas de cristales de aragonito formando erizos. La naturaleza hace cosas increíbles.
—Si un alpinista busca la luz, ¿qué busca un espeleólogo?
—Satisfacer la curiosidad innata. Los alpinistas se suben a las montañas porque están ahí. Los espeleólogos bajamos por algo más.
—¿Qué más?
—El descubrimiento. Las cuevas han sido lugar de enterramientos, de rituales. Hemos encontrado hasta grafitis del siglo XVII. Y los animales de las cuevas son muy peculiares. Muchos no tienen ojos: ¿para qué?
Ruiz Ruano nos espera en la estación de autobús para desplazarnos a la Cueva de los Mármoles, a unos 7 kilómetros de Priego. En el todoterreno, lleva la equipación adecuada: casco, luz, botas de caucho y cuerdas. Para grutas con agua es preciso el neopreno. Todo lo demás está en la cabeza y, sobre todo, en la experiencia.
—¿Cómo es el silencio ahí abajo?
—Cuando entramos en sitios nuevos, me siento, apago la luz y disfruto del silencio. Es un silencio que se puede tocar.
—¿Qué tiene más peligro: la rutina o el riesgo?
—La rutina. El riesgo indica que se está viviendo.
—¿Qué reto le ronda la cabeza?
—Los proyectos que tenemos en G40. Por ejemplo, «Tras la huella de la espeleología cordobesa», que trata de recuperar toda la información de las cuevas de la provincia. Estamos dejando para quien venga detrás la información suficiente para explorar lo que nosotros no vamos a poder.
—¿Para qué se vive?
—Podría parecer una redundancia pero se vive para vivir.
ABC, Edición Córdoba
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Federación Andaluza de Espeleología
http://www.espeleo.com/
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